
Nuestro primer año juntos
Hace justo algo más de un año recibí el mayor honor de mi vida: fui elegido el octavo Director General de la Organización Mundial de la Salud. Hoy sigo sintiendo orgullo y humildad por que las naciones del mundo me hayan confiado la responsabilidad de dirigir esta gran Organización.
Tienen muchas expectativas puestas en la OMS, y hacen muy bien. También las tengo yo.
En el mundo no hay ningún bien más preciado que la salud. Por consiguiente, una institución encargada de defender la salud de 7000 millones de personas soporta una inmensa responsabilidad y tiene que mantener un altísimo nivel. Quienes con más fuerza me han recordado esa responsabilidad durante el año pasado son las personas que he ido encontrando por todo el mundo; nuestro trabajo consiste en proteger su salud.
Pienso en aquella criatura del campo de desplazados internos que visité en Maiduguri, en el Estado de Borno (Nigeria), que, pese a todas las penalidades que había sufrido su familia, conservaba una mirada inocente y feliz.
Pienso en la cara de desesperación de aquella madre que conocí en el Yemen, que había caminado durante horas para llevar a su hijo malnutrido al centro de salud y rogaba al personal sanitario que lo atendieran.
Pienso en el personal de la OMS que ha trabajado sin descanso para atajar el brote de enfermedad por el virus del Ebola que se ha declarado en la República Democrática del Congo.
Me enorgullece el modo en que toda la Organización ha respondido al brote epidémico: la Sede, la Oficina Regional, y la oficina en el país. Deseo dar las gracias en particular a nuestros asociados, Médecins sans frontières, el Programa Mundial de Alimentos, la Cruz Roja, el UNICEF y otros muchos que han respondido con prontitud.
El brote declarado en la República Democrática del Congo ilustra una vez más que la seguridad sanitaria y la cobertura sanitaria universal son dos caras de la misma moneda. Lo mejor que podemos hacer para prevenir que se declaren brotes en el futuro es reforzar los sistemas de salud en todo el mundo.
El brote también me ha recordado lo que está en juego cada día cuando vengo al trabajo. Me ha recordado que debemos actuar con un sentimiento de urgencia en todas nuestras actividades, porque cada momento que perdemos es cuestión de vida o muerte.
Esa es la razón por la que hemos establecido la Comisión de Alto Nivel sobre Enfermedades No Transmisibles: para poner fin a las muertes prematuras y prevenibles de millones de personas.
Por ello hemos establecido una iniciativa sobre cambio climático y salud en los pequeños Estados insulares en desarrollo para defender la salud de quienes no se pueden defender de un mundo que está cambiando a su alrededor.
Por ello colaboramos con la Alianza Alto a la Tuberculosis, el Fondo Mundial y la sociedad civil para proporcionar a 40 millones de personas de todo el mundo un tratamiento antituberculoso de calidad para 2022.
Por ello estamos trabajando en una nueva iniciativa, agresiva, que impulse los progresos contra el paludismo, una enfermedad del todo tratable que sigue matando a medio millón de personas cada año.
Por ello hemos hecho un llamamiento a la acción encaminado a eliminar el cáncer cervicouterino, una enfermedad contra la que tenemos todo lo necesario para lograr el éxito.
Por ello hemos presentado una nueva iniciativa para eliminar del suministro mundial de alimentos las grasas trans para 2023.
Y por ello hemos acelerado la elaboración de nuestro 13.º Programa General de Trabajo (PGT).
Promover la salud
Preservar la seguridad mundial
Servir a las poblaciones vulnerables
Esa es la finalidad que compartimos. Ese es el objetivo que todos suscribimos. De hecho, esos tres principios siempre han estado escritos en nuestro ADN.
Y todo ello me viene a la memoria cada día cuando al llegar al trabajo veo una estatua de un niño al que están vacunando contra la viruela. La erradicación de esa antigua enfermedad es uno de los mayores logros, no solo de la historia de la OMS sino de la historia de la medicina.
Eso es lo que la OMS es capaz de hacer —por supuesto, junto con sus asociados. Esta Organización es capaz de cambiar el curso de la historia.
Y seguimos haciendo historia, todos los días.
Lo fui testigo de ello en la República Democrática del Congo.
Lo vi en el Yemen, donde la OMS y nuestros asociados han salvado decenas de miles de vidas, han establecido más de 1000 centros de tratamiento y han vacunado contra el cólera a cientos de miles de personas.
Lo vi en Madagascar, a donde hemos enviado 1,2 millones de dosis de antibióticos y hemos aportado importantes recursos financieros de emergencia, logrando controlar el brote de peste en solo tres meses.
Durante el año pasado, la OMS respondió a 50 emergencias declaradas en 47 países y territorios, desde Bangladesh y el Brasil hasta Nigeria y Siria.
A principios de este año dimos otro importante paso para mejorar la seguridad del mundo: establecimos la Junta Mundial de Monitoreo de la Preparación. Se trata de una iniciativa independiente organizada por la OMS y el Banco Mundial para monitorear la preparación para las emergencias en el conjunto del sistema.
Nos honra que esta nueva iniciativa esté dirigida por la Dra. Gro Harlem Brundtland y el Sr. Elhadj As Sy, Secretario General de la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y la Media Luna Roja.
Lo que es menos notorio, pero igualmente importante, es la repercusión de nuestra labor normativa.
La precalificación hace posible que millones de personas tengan acceso a medicamentos y vacunas seguras y eficaces.
La Clasificación Internacional de Enfermedades ayuda a dilucidar las razones por las que las personas enferman y mueren, lo que contribuye a que los sistemas de salud puedan responder en consonancia.
Las directrices y normas que producimos velan por que las poblaciones de todo el mundo reciban una atención segura y eficaz, basada en los mejores datos disponibles.
Por consiguiente, nuestro nuevo PGT, o plan estratégico, no trata de reinventar la rueda. Trata de que nuestro impacto sea mayor de lo que ya es. El PGT es ambicioso, y así tiene que ser. Es demasiado lo que está en juego para que actuemos con modestia.
Cuando se fundó la Organización, hace 70 años, la visión no fue modesta. Nuestra Constitución no es un documento modesto. Nuestros fundadores no se propusieron introducir mejoras modestas en la salud. Imaginaron un mundo en el que todos gozaran del grado máximo de salud que se pueda lograr, que consideraron un derecho fundamental de todo ser humano.
Seguimos sus pasos cuando afirmamos que no nos conformaremos con un mundo en el que la diferencia de esperanza de vida entre algunos países puede ser de 33 años.
No nos conformaremos con un mundo en el que la gente enferma porque el aire que respira no es apto para el ser humano.
No nos conformaremos con un mundo en el que la gente tiene que optar entre la enfermedad y la pobreza debido al costo de la atención, que tienen que pagar de su bolsillo.
De todo eso trata nuestro nuevo PGT. El objetivo del PGT es ayudarnos a seguir centrando nuestros esfuerzos en lograr resultados en los países e introducir cambios mensurables en la vida de las personas a las que prestamos servicio.
¿Qué se necesita para lograr ese objetivo?
¿Qué se necesita para traducir las ambiciosas metas de los «tres mil millones» del plan estratégico en una realidad mundial que mejore la vida de las personas de todo el planeta?
Estoy convencido de que las claves del éxito son tres.
Una OMS transformada
Durante el pasado año, me he centrado en levantar los cuatro cimientos de esta transformación. En primer lugar, el PGT mismo, que se ha elaborado 12 meses antes de lo previsto para establecer nuestra misión y plan estratégico, no solo durante mi mandato, sino a largo plazo. En segundo lugar, un plan de transformación para que la OMS sea más eficaz y eficiente gracias a la racionalización de las prácticas institucionales que llevan al despilfarro y que nos frenan y nos paralizan. En tercer lugar, un equipo directivo superior sólido, con amplia experiencia y talento, procedente de todo el mundo. Y en cuarto lugar, hemos elaborado argumentos de inversión para describir lo que podría conseguirse con una OMS plenamente financiada.
Compromiso político
Sé por mi propia experiencia en política que, con la aceptación al más alto nivel, todo es posible. Sin ella, es difícil progresar. Por ello, he dado prioridad a la colaboración con los dirigentes de todo el mundo, para abogar por la acción política en materia de salud, y especialmente la cobertura sanitaria universal. Lo que he descubierto es que la mayoría de los dirigentes con los que hablo no necesitan muchos argumentos para que se les convenza. Vivimos en una época de compromiso político sin precedentes para la salud. Varios ya han empezado a afrontar el reto. Por supuesto, no hay ningún sistema de salud perfecto, ni dos países iguales. Cada país sigue una ruta diferente en el viaje hacia la cobertura sanitaria universal.
Alianzas
La gran ventaja con que contamos hoy, a diferencia de hace 70 o, incluso, 40 años, es la existencia de muchos más agentes relacionados con la salud mundial. Hay miles de organizaciones en todo el mundo que comparten nuestras ideas y disponen de conocimientos, aptitudes, redes y recursos distintos a los nuestros. He escuchado decir que la existencia de numerosos agentes nuevos en la esfera de la salud mundial supone una amenaza para la OMS. Sin embargo, considero que nunca hemos estado tan cerca de lograr nuestros objetivos como lo estamos ahora. Si, en lugar de actuar por separado, colaboramos más estrechamente con nuestros asociados, nuestra repercusión puede aumentar de forma exponencial. Para cumplir plenamente nuestro mandato, debemos reforzar y profundizar estas alianzas.