Vuestra Excelencia, Dr. Patrick Amoth, Presidente del Consejo Ejecutivo; excelencias, Directores Regionales, estimados colegas y amigos, buenos días a todos los miembros del Consejo Ejecutivo que se han unido a nosotros aquí en Ginebra, y buenos días, buenas tardes y buenas noches a todos los Estados Miembros, participantes y observadores en línea. Feliz año nuevo para todos.
Doy la bienvenida a los nuevos miembros del Consejo: Colombia, Guinea Bissau, India, Madagascar, Malaysia, Perú, Tonga y Túnez. Como manifestó el Presidente, queremos transmitir nuestras más sentidas condolencias y preocupación, nuestros más cálidos saludos y mejores deseos a nuestros hermanos y hermanas de Tonga, que afrontan días difíciles para responder a la erupción volcánica y al tsunami de la semana pasada.
Mientras deliberamos, la OMS está trabajando con sus asociados para apoyar las actividades de respuesta, proporcionar asesoramiento médico y suministros. Casi inmediatamente después de la erupción se desplegó un equipo médico nacional de emergencia capacitado por la OMS, al que estamos apoyando con insumos médicos, botiquines de primeros auxilios, tiendas, retretes portátiles y equipos potabilizadores de agua.
Nuestro oficial de enlace en el país, el Dr. Yutaro Setoya, está desempeñando una función crucial para coordinar la comunicación entre los organismos de las Naciones Unidas, los asociados que prestan asistencia humanitaria y el gobierno, en particular mediante el uso del teléfono satelital de la OMS, que fue uno de los pocos medios para obtener información en el país y fuera de él en los primeros días tras la erupción. Así pues, vaya mi reconocimiento a nuestra oficina en el país y también a nuestro Director Regional, el Dr. Takeshi Kasai, que está hoy con nosotros.
Este domingo se cumplen dos años desde el día en que declaré una emergencia de salud pública de importancia internacional, el máximo nivel de alerta con arreglo a la legislación internacional, a raíz de la propagación de la enfermedad por coronavirus (COVID-19). En ese momento había menos de 100 casos y ninguna defunción notificada fuera de China.
Dos años más tarde se han notificado casi 350 millones de casos y más de 5,5 millones de defunciones, si bien sabemos que esas cifras son una subestimación. La semana pasada se notificaron una media de 100 casos cada tres segundos, y alguien moría por COVID-19 cada 12 segundos.
Desde que se notificó Ómicron por primera vez, apenas nueve semanas atrás, se han notificado a la OMS más de 80 millones de casos, esto es, más que lo notificado en todo 2020. Hasta el presente, la explosión de casos no se ha traducido en un incremento extraordinario de defunciones, si bien estas están aumentando en todas las regiones, especialmente en África, la región con menos acceso a las vacunas.
Entonces, ¿dónde estamos? ¿adónde nos dirigimos? y ¿cuándo acabará? Estas son las preguntas que muchos se hacen. Es verdad que conviviremos con la COVID-19 durante el futuro previsible, y que tendremos que aprender a gestionarla mediante un sistema sostenido e integrado para tratar enfermedades respiratorias agudas, lo que proporcionará una plataforma de preparación para futuras pandemias.
Sin embargo, aprender a convivir con la COVID-19 no puede significar que demos rienda suelta al virus. No puede significar la aceptación de casi 50 000 defunciones por semana debidas a una enfermedad prevenible y tratable. No puede significar la aceptación de una carga inadmisible sobre nuestros sistemas de salud, cuando cada día, trabajadores sanitarios exhaustos concurren una vez más a la primera línea de batalla. No puede significar que ignoremos las consecuencias de la COVID-19 prolongada, que aún no conocemos cabalmente. No puede significar que apostemos a un virus cuya evolución no podemos controlar ni predecir.
Hay diferentes hipótesis sobre el modo en que podría evolucionar la pandemia y en que podría terminar la fase aguda, pero es peligroso presuponer que la variante Ómicron será la última o que ya estamos cerca del final. Más bien al contrario: a escala mundial, las condiciones son idóneas para que surjan más variantes.
Para cambiar el curso de la pandemia debemos cambiar las circunstancias que la alimentan. Sabemos que todo el mundo está harto de esta pandemia, que la gente está cansada de medidas que restringen sus movimientos, sus viajes y otras libertades, que las economías y las empresas están lastimadas y que muchos gobiernos caminan por la cuerda floja, tratando de encontrar un equilibrio entre lo que es eficaz y lo que es aceptable para sus gentes.
Cada país está en una situación única y debe trazar su propio camino para salir de la fase aguda de la pandemia de forma prudente y progresiva. Es difícil y no hay respuestas fáciles, pero la OMS sigue trabajando a escala nacional, regional y mundial para facilitar los datos científicos, las estrategias, las herramientas y el apoyo técnico y operativo que los países necesitan.
Si los países utilizan de forma integral todas estas estrategias y herramientas, podemos poner fin este mismo año a la fase aguda de la pandemia. Podemos acabar con la COVID-19 como emergencia sanitaria mundial; y podemos hacerlo este año.
¿Cuál es el camino? El camino pasa por cumplir nuestra meta de vacunar al 70% de la población de todos los países, privilegiando a los colectivos expuestos a mayor riesgo. El camino también pasa por reducir la mortalidad gracias a una atención clínica robusta, empezando por la atención primaria de salud, y a un acceso equitativo a medios de diagnóstico, oxígeno y antivirales en el lugar de consulta; pasa por incrementar en todo el mundo los índices de realización de pruebas y de secuenciación para rastrear al virus de cerca y vigilar la aparición de nuevas variantes; pasa por ser capaz de hacer un uso calibrado de las medidas sociales y de salud pública cuando sea necesario; pasa por restaurar y mantener los servicios de salud esenciales; y pasa por extraer enseñanzas básicas y definir nuevas soluciones ahora, sin esperar a que termine la pandemia.
Todo esto solo podemos hacerlo si contamos con comunidades comprometidas y responsabilizadas y con financiación sostenida, si trabajamos en clave de equidad y si apostamos por la investigación y la innovación. Las vacunas por sí solas no son la panacea que nos va a librar de la pandemia. Pero al mismo tiempo, no hay salida posible a menos que alcancemos nuestra meta colectiva de haber vacunado al 70% de la población de todos y cada uno de los países a mediados de este año.
Tenemos un largo camino por delante. Hay actualmente 86 Estados Miembros de todas las regiones que no han podido cumplir la meta fijada el año pasado de vacunar al 40% de su población y 34 Estados Miembros, la mayoría de ellos de las regiones de África y el Mediterráneo Oriental, que no han logrado vacunar ni siquiera al 10% de su población.
El 85% de la población de África aún no ha recibido una sola dosis de vacuna. ¿Cómo puede cualquiera de nosotros encontrar esto aceptable? Dicho en pocas palabras, no podremos poner fin a la fase de emergencia de la pandemia si no corregimos este desequilibrio. Pero podemos corregirlo, estamos progresando.
Hace apenas una semana, el Mecanismo COVAX llegó a los mil millones de dosis entregadas. En las últimas 10 semanas se enviaron por este mecanismo más vacunas que en el conjunto de los 10 meses anteriores. Los problemas de suministro que afrontamos el año pasado están siendo sustituidos ahora por el problema de administrar las vacunas lo más rápidamente y en la mayor medida posible. La OMS y sus asociados trabajan codo a codo y hora tras hora con los países para superar estas dificultades.
La pandemia ha hecho profunda mella en los sistemas de salud, las economías y las sociedades del mundo entero y en buena parte de nuestra labor común para avanzar hacia las «metas de los tres mil millones» enunciadas en el 13.º Programa General de Trabajo, 2019-2023.
Por este motivo la Secretaría propone prorrogar por dos años, hasta 2025, el 13.º Programa General de Trabajo: para darnos a todos la oportunidad de enderezar el rumbo, aplicar las lecciones de la pandemia, intensificar las inversiones y acelerar la marcha.
Si, antes de la pandemia, no se había progresado al ritmo necesario para alcanzar las metas de los tres mil millones, ahora vamos todavía más rezagados, sobre todo por lo que respecta a la meta de ofrecer cobertura sanitaria universal a mil millones más de personas. A causa de la pandemia, faltan todavía 840 millones de personas para conseguir esa meta, que se concentran, principalmente, en los países de ingresos bajos. En más del 90% de los países, uno o más servicios esenciales de salud continúan sufriendo perturbaciones.
El informe más reciente de la OMS sobre el seguimiento mundial de la cobertura sanitaria universal muestra que, a pesar de que la cobertura de los servicios ha mejorado durante los últimos 20 años, cerca de la mitad de la población mundial sigue sin disponer de servicios esenciales de salud y se ha incrementado la proporción de personas que pasan por dificultades económicas debido a haber pagado de su bolsillo por la atención de salud.
No obstante, a pesar de los estragos ocasionados por la pandemia, estamos demostrando que, si utilizamos las estrategias y los instrumentos adecuados, podemos luchar con eficacia contra algunas de las infecciones mortíferas más antiguas.
Por lo que respecta a las enfermedades transmisibles, la OMS logró un hito histórico en 2021 al recomendar el uso generalizado de la primera vacuna antipalúdica, con la que se podrá salvar la vida a decenas de miles de jóvenes cada año. Además, durante el pasado año se certificó a China y El Salvador como países sin paludismo y se cumplieron tres años consecutivos sin que se registren casos autóctonos de esta enfermedad en la República Islámica del Irán.
En cuanto al VIH, ocho países alcanzaron las metas «90–90–90» previstas para finales de 2020 relativas a las pruebas diagnósticas, el acceso a tratamientos y la supresión vírica, y otros 20 países están cerca de lograrlo. Gracias a la ayuda de la OMS, 15 países han eliminado la transmisión maternofilial del VIH y/o la sífilis y, en 2021, Botswana se convirtió en el primer país africano con una carga alta de infección por el VIH al que se concedió la certificación de nivel plateado («Silver Tier») en el camino hacia la eliminación de la transmisión maternofilial de este virus.
Estamos validando la eliminación de las hepatitis B y C como amenaza para la salud pública en cinco países: Brasil, Georgia, Mongolia, Rwanda y Tailandia, y otros países, como Egipto, están cerca de lograr la validación. A pesar de las perturbaciones causadas por la pandemia, 86 países alcanzaron los hitos de la Estrategia Fin a la Tuberculosis fijados para 2020 relativos a la reducción de la incidencia de esta enfermedad.
Aprovechando la ayuda proporcionada por la OMS, cinco países han eliminado una enfermedad tropical desatendida: Gambia y Myanmar lo han hecho con el tracoma; Côte d’Ivoire y Togo, con la tripanosomiasis africana humana, y Malawi, con la filariasis linfática. Además, el pasado año se notificaron solamente 14 casos de dracunculosis, procedentes de cuatro países, con lo que podemos decir que estamos cada vez más cerca de erradicar esta antigua enfermedad.
Por otro lado, solo cinco niños sufrieron parálisis causada por poliovirus salvajes, la cifra anual más baja registrada hasta el momento. En este año entrante podemos hacer realidad la erradicación definitiva de los poliovirus salvajes y realizar una transición sostenible en los países en los que ya no hay casos de esta enfermedad. Por tanto, nos encontramos ante la oportunidad real de erradicar la poliomielitis. En noviembre, el Afganistán desplegó un programa de vacunación antipoliomielítica con el que abarcó todo su territorio, algo que no se había logrado en años, y protegió así a más de 2,6 millones de niños a los que no se había podido vacunar hasta ahora.
En la esfera de las enfermedades no transmisibles, pusimos en marcha una nueva Iniciativa Mundial contra el Cáncer de Mama con el objetivo de reducir la mortalidad por esta enfermedad en un 2,5% cada año de aquí a 2040 y salvar así la vida de 2,5 millones de mujeres. También hemos lanzado la Plataforma Mundial para el Acceso a los Medicamentos contra el Cáncer Infantil, una iniciativa dotada de US$ 200 millones con la que se pretende ofrecer medicamentos de calidad a 12 países de ingresos medianos y bajos. Como saben ustedes, la tasa de supervivencia al cáncer infantil en los países de ingresos altos es superior al 80%, mientras que en los países de ingresos bajos es inferior al 30%. Haremos todo lo posible para reducir dicho desequilibrio.
En cuanto a nuestra estrategia mundial de eliminación del cáncer de cuello uterino, hemos precalificado una cuarta vacuna contra el virus del papiloma humano con la que se podrá mejorar el acceso y reducir el precio, y varios países, como Cabo Verde, el Camerún, El Salvador, Mauritania, Qatar, Santo Tomé y Príncipe y Tuvalu, han incorporado las vacunas contra esta enfermedad en sus calendarios nacionales de inmunización. Además, estamos trabajando con 120 países para integrar las intervenciones contra la hipertensión, la diabetes y otras enfermedades no transmisibles en la atención primaria.
La pandemia de COVID-19 ha afectado enormemente a la salud mental y ha puesto de manifiesto las carencias de los servicios en todo el mundo. La OMS está ayudando a muchos países, entre ellos Bangladesh, Filipinas, Jordania, el Paraguay, Ucrania y Zimbabwe, a ampliar el acceso a los servicios, formando a profesionales que trabajan en establecimientos de atención primaria y mejorando el acceso a los servicios de salud mental.
El pasado año, expertos en salud mental y apoyo psicosocial se desplazaron a 18 países y territorios para ayudar a reforzar los servicios de respuesta a las emergencias sanitarias o humanitarias. La OMS también está prestando apoyo a varios países, como Georgia, Guyana, las Islas Salomón, Jordania, Nepal y Rwanda, a ampliar el acceso a los servicios de rehabilitación.
El año 2021 fue también histórico para la OMS por lo que respecta a la ampliación del acceso a los medicamentos y los productos sanitarios: autorizamos la inclusión de 10 vacunas contra la COVID-19 en la lista de uso en emergencias, precalificamos tratamientos farmacológicos y dispositivos de inyección y, recientemente, recomendamos dos nuevos fármacos para tratar la COVID-19. El mecanismo de Acceso Mancomunado a las Tecnologías contra la COVID-19 y el Banco de Patentes de Medicamentos firmaron su primer acuerdo de licencia para utilizar una prueba serológica de detección de anticuerpos anti-SARS-CoV-2. Además, establecimos un centro de transferencia de tecnologías para utilizar vacunas de ARNm en Sudáfrica e impulsar así la fabricación en el continente africano, y más de 100 Estados Miembros copatrocinaron una resolución de la Asamblea Mundial de la Salud sobre el fortalecimiento de la producción local.
En cuanto a la resistencia a los antimicrobianos, en un estudio reciente se ha estimado que más de 4,9 millones de defunciones registradas en 2019 guardaron relación con este problema, lo que lo convierte en una de las principales causas de mortalidad en el mundo. A pesar de las perturbaciones generadas por la COVID-19, un número récord de 163 países respondió a la quinta tanda de la encuesta anual tripartita de autoevaluación nacional sobre este tema. De acuerdo con los resultados de la encuesta, menos de una cuarta parte de los países han realizado un cálculo de los costes de su plan nacional de acción contra la resistencia a los antimicrobianos y lo han financiado. Por esta razón, la OMS ha utilizado experimentalmente y ha puesto a disposición de los países una herramienta para calcular costos y presupuestos que sirve de ayuda para aplicar dichos planes nacionales. Asimismo, el Fondo Fiduciario Multipartito contra la Resistencia a los Antimicrobianos establecido en 2019 ya está distribuyendo eficazmente fondos para desarrollar actividades de alcance nacional y mundial en nueve países.
En 2021, nuestros esfuerzos encaminados a que mil millones más de personas gocen de más bienestar y buena salud rindieron buenos frutos. El potencial en este ámbito es enorme: de acuerdo con nuestras estimaciones, la carga mundial de enfermedad podría reducirse al menos a la mitad mejorando la seguridad y la salubridad del entorno para que todas las personas puedan tomar decisiones que mejoren su salud y adoptar comportamientos saludables.
Según nuestras estimaciones actuales, 900 millones de personas gozarán de mejor salud y bienestar de aquí a 2023, así que la meta establecida en el 13.º Programa General de Trabajo está a nuestro alcance. Con todo, estos avances se han logrado principalmente en los países de ingresos altos y, tanto dentro de los países como entre ellos, subsisten desigualdades marcadas y profundas que obligan a interpretar con cautela estos resultados.
Sin embargo, podemos estar orgullosos de haber realizado numerosos progresos. El consumo de tabaco sigue disminuyendo. En consonancia con el Convenio Marco de la OMS para el Control del Tabaco, el pasado año trabajamos con 90 países para reducir el consumo de productos de tabaco y lanzamos una campaña mundial para animar a dejar el hábito a al menos 100 millones de fumadores. En esta misma rúbrica, 60 países están en vías de cumplir la meta mundial voluntaria de reducir el consumo de tabaco en un 30% entre 2010 y 2025.
En el marco de la iniciativa de la OMS para eliminar los ácidos grasos trans de los alimentos suministrados en el mundo, 3 200 millones de personas de 57 países se benefician de políticas obligatorias que prohíben el uso de estas sustancias. En 2021 entraron en vigor normativas relativas a prácticas óptimas en el Brasil, el Perú, Singapur, Turquía y la Unión Europea, mientras que Filipinas y la India se convirtieron en los primeros países de la franja inferior del grupo de países de ingresos medianos en promulgar normativas de prácticas óptimas en esta esfera.
Hemos seleccionado a 23 países para poner en marcha el Plan de Acción Mundial sobre la Emaciación Infantil, y 57 países ya han cumplido la meta de reducir la tasa de emaciación infantil a menos del 5% para 2025 o están cerca de conseguirlo. 40. Por primera vez, la Conferencia de las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático incluyó medidas en el ámbito de la salud, en virtud de las cuales más de 50 países se comprometieron en la 26.ª Conferencia a aumentar la resiliencia de sus sistemas de salud frente a los riesgos climáticos y a realizar la transición hacia una atención de salud sin emisiones de carbono. La OMS ha ayudado ya a más de 30 países a asumir este compromiso y ampliará su labor en los próximos cinco años.
El pasado año se aprobaron nuevas leyes o reglamentos sobre la comercialización de sucedáneos de la leche materna en Burkina Faso, Côte d’Ivoire, Etiopía, Kenya, Mauritania, Omán, Santo Tomé y Príncipe y Sierra Leona. Más de 23 000 establecimientos de 182 países, que abarcan a 14 millones de trabajadores sanitarios y 5,4 millones de camas, han participado en la campaña mundial de la OMS sobre agua, saneamiento e higiene en los establecimientos de salud.
Desde la puesta en marcha del Plan Mundial para el Decenio de Acción para la Seguridad Vial, en el mes de octubre, al menos 28 países han adoptado iniciativas locales con el apoyo de la OMS. Cuatro países (Georgia, Marruecos, Perú y Ucrania) promulgaron nuevas leyes destinadas a reducir la exposición a las pinturas con plomo, causante de aproximadamente 1 millón de defunciones cada año; por su parte, la OMS está colaborando con 40 países en la elaboración y aplicación de leyes relativas a las pinturas con plomo.
Hemos acogido la Décima Conferencia Mundial de Promoción de la Salud, que manifestó su respaldo a la Carta de Ginebra para el Bienestar. Asimismo, acogimos la Cumbre de los Pequeños Estados Insulares en Desarrollo para la Salud, con el fin de ayudar a los países más expuestos a los grandes riesgos derivados del cambio climático y permitirles crear sistemas resilientes al cambio climático y movilizar nuevos recursos. Junto con nuestros asociados del Tripartito Plus establecimos un Cuadro de Expertos de Alto Nivel para el Enfoque «Una sola salud», encargado de facilitar orientación normativa y técnica a los cuatro organismos asociados.
En lo que respecta a nuestra meta de los tres mil millones consistente en mejorar la protección frente a emergencias sanitarias para mil millones más de personas, estimamos que nos aproximaremos a esa cifra, pero la pandemia nos indica que debemos ser mucho más ambiciosos, estar mejor preparados y perfeccionar la manera en que evaluamos la protección contra emergencias sanitarias. La ayuda a los países para responder a la COVID-19 sigue siendo el centro de nuestro trabajo en los tres niveles de la Organización.
Evidentemente, la COVID-19 no fue la única emergencia del año pasado. Dimos respuesta a 76 emergencias sanitarias, entre ellas las crisis agudas en el Afganistán, Etiopía, la República Democrática del Congo y Tonga, los múltiples brotes de cólera, fiebre amarilla, meningitis y ebola y las prolongadas emergencias en la República Árabe Siria y el Yemen, así como en Cox's Bazaar (Bangladesh).
Por medio del centro logístico de la OMS en Dubai proporcionamos con urgencia casi US$ 50 millones en suministros médicos a 120 países. La operación se multiplicó por 40 en los últimos años, y en la actualidad incluye un moderno sistema para la cadena de frío.
Además, hemos adoptado algunas medidas para establecer nuevos mecanismos de cara a futuras emergencias. En respuesta a mandatos de larga data impartidos por la Asamblea Mundial de la Salud con el fin de fortalecer la preparación ante pandemias, establecimos, junto con los Estados Miembros, iniciativas innovadoras que incluyen el Centro de Información de la OMS sobre Pandemias y Epidemias, el BioHub System de la OMS y el examen universal de la salud y la preparación, iniciativas de las que ustedes conocerán algo más hacia el final de esta semana. Estas nuevas iniciativas están armonizadas con muchas de las recomendaciones formuladas en el marco de algunos exámenes, y ofrecen una base sólida para reforzar la arquitectura sanitaria mundial con miras a gestionar los riesgos de epidemias y pandemias.
El soporte de todos estos logros es la actividad esencial orientada a elaborar normas y criterios de la máxima calidad respecto de los cuales los Estados Miembros dependen de nosotros, y el compromiso de fortalecer los sistemas de datos e información sanitaria para el seguimiento de los progresos.
En 2021 elaboramos directrices, estrategias, planes de acción e informes nuevos en todos los ámbitos de desafíos sanitarios, desde la calidad del aire hasta la inteligencia artificial; desde la hepatitis hasta la hipertensión; desde la prevención del suicidio hasta la salud sexual y reproductiva, y mucho más. La calidad de todos esos productos técnicos ha sido asegurada por nuestra División Científica, establecida como parte de la transformación de la OMS para proporcionarles normas y criterios de la máxima calidad a ustedes, nuestros Estados Miembros, y traducir esos productos en efectos en los países.
Asimismo, pusimos en marcha la CIE-11 digitalizada, el cuadro de mandos de los tres mil millones, el Centro Mundial de Datos Sanitarios, y mucho más. Utilizamos la ciencia comportamental para respaldar la respuesta a la pandemia en Malasia, Nigeria y Zambia y abordar otros problemas sanitarios tales como la nutrición, la resistencia a los antimicrobianos y la salud materna. Establecimos en Lyon la Academia de la OMS. En el contexto del Plan de acción mundial a favor de una vida sana y bienestar para todos, 13 organismos asociados están colaborando para lograr un mayor efecto en 50 países, en las áreas de atención primaria de salud, financiación de la salud y datos, entre otras.
Poner fin a la fase aguda de la pandemia debe seguir siendo nuestra prioridad colectiva. En la actualidad, uno de los mayores riesgos es que pasemos a la siguiente crisis y olvidemos las enseñanzas que nos ha dejado la pandemia, enseñanzas adquiridas a un alto precio.
La más importante de esas enseñanzas es la que señala la centralidad de la salud. La COVID-19 es mucho más que una pandemia, es una crisis mundial que afecta a todos los aspectos de la vida: economía, educación, familia, empleo, actividades, tecnología, comercio, viajes, turismo, política, seguridad y mucho, mucho más. Es una lista muy larga. Cuando la salud está en peligro, todo está en peligro.
La pandemia es un cruel recordatorio de que la salud no es un subproducto del desarrollo; no es el resultado de la prosperidad de las sociedades; no es una nota a pie de página de la historia. Es el latido del corazón, el fundamento, el ingrediente esencial sin el cual ninguna sociedad puede prosperar. La salud es crucial.
Nuestros antepasados sabían esto cuando escribieron en la Constitución de esta Organización Mundial de la Salud, que la salud de todas las personas es fundamental para el logro de la paz y la seguridad, y que depende de la plena cooperación entre las personas y los Estados; que el desarrollo desigual en diferentes países en lo que respecta a la promoción de la salud y el control de enfermedades, en particular las enfermedades transmisibles, es un peligro colectivo; y que el grado máximo de salud que se pueda lograr es uno de los derechos humanos fundamentales de cada ser humano.
Esta Organización fue creada para materializar esa visión. Es la visión para la que debemos seguir esforzándonos. Necesitamos una nueva determinación, una nueva ambición, una nueva esperanza para hacer realidad esa visión
Por supuesto, el mundo en el que trabajamos y los retos y oportunidades que se nos presentan son muy diferentes del mundo en el que se escribió nuestra Constitución: poblaciones senescentes en algunas regiones y una eclosión de juventud en otras; lacerantes desigualdades de género, raza e ingresos que dañan la salud e impiden el acceso a los servicios; niveles históricos de migraciones alimentados por los conflictos, la pobreza y la esperanza de una vida mejor; y un clima cambiante con profundas repercusiones para el futuro de la salud.
Nuestro desafío consiste en reinterpretar, revitalizar y volver a imaginar nuestra visión fundacional de cara al mundo moderno. La materialización de esta visión exige un cambio de paradigma en todos los países respecto de la consideración y la financiación de la salud. De hecho, por ese motivo creamos el año pasado el Consejo sobre la Economía de la Salud para Todos, con miras a elaborar una nueva visión relativa a la forma de financiación de la salud. Durante demasiado tiempo, la salud se ha compartimentado y postergado en los ámbitos nacional e internacional. Es hora de reconocer que si no invertimos en la salud, no invertimos en el futuro.
Las metas de los tres mil millones establecidas en el 13.º Programa General de Trabajo, así como los Objetivos de Desarrollo Sostenible sobre los que se basan, siguen siendo nuestra guía. Hemos realizado progresos en el contexto del Programa General de Trabajo, y la transformación nos ha permitido cumplir nuestra misión, pero aún nos queda mucho por hacer. En particular, nuestro compromiso para el año próximo, y en los siguientes cinco años, consiste en mejorar extraordinariamente nuestra capacidad para obtener resultados en los países.
Permítanme exponer sucintamente cinco prioridades que van a ser básicas para el mundo y para la OMS a medida que avancemos. La primera se cifra en apoyar a los países para que con toda urgencia operen un cambio de paradigma y apuesten por promover la salud y el bienestar y por prevenir las enfermedades incidiendo en sus causas profundas. La pandemia ha demostrado que debemos otorgar máxima prioridad a la protección y la promoción de la salud, incrementando a la vez sustancialmente la inversión en los países y también en la OMS.
El grado máximo de salud que se pueda lograr no remite solo a los más exigentes criterios asistenciales, sino que supone también mantener sanas a las personas y evitar que deban ser atendidas: significa dispensar una verdadera atención de salud, en lugar de ocuparse únicamente de la enfermedad. Para ello es preciso responsabilizar a personas, familias y comunidades y facultarlas para que tomen decisiones saludables. Es preciso que los gobiernos creen condiciones que favorezcan la salud incidiendo en las causas profundas de enfermedad que son ajenas al sector sanitario, o dicho de otro modo: actuando sobre todos los determinantes sociales de la salud.
En particular, ello exige una actuación radical para proteger la salud del planeta, de la cual depende toda forma de vida, combatiendo la amenaza existencial que supone el cambio climático. Semejante viraje no solo podría reducir a la mitad la carga mundial de morbilidad, sino que también depararía ingentes beneficios económicos, al reducir la carga que soportan los sistemas de salud y aumentar la productividad de las poblaciones.
La segunda prioridad estriba en apoyar una radical reorientación de los sistemas de salud, que otorgue preeminencia a la atención primaria como fundamento de la cobertura sanitaria universal.
Ello supone restaurar, extender y mantener el acceso a los servicios de salud esenciales, en especial para la promoción de la salud y la prevención de enfermedades, y reducir los gastos sanitarios directos. Supone centrarse en las poblaciones menos atendidas y más vulnerables, sobre todo mujeres, niños y adolescentes, migrantes y refugiados. Supone también garantizar el acceso a vacunas, medicamentos, medios de diagnóstico, dispositivos y demás productos sanitarios. Supone, por último, invertir en personal de salud que cuente con la formación, la aptitud técnica, las herramientas, las condiciones de seguridad en el trabajo y la justa remuneración que se necesitan para dispensar una atención segura, eficaz y de calidad.
La tercera prioridad pasa por reforzar con urgencia los sistemas e instrumentos de preparación y respuesta frente a epidemias y pandemias a todos los niveles, cimentándolos en sólidos dispositivos de gobernanza y financiación para poner en marcha y sostener esos esfuerzos, conectados y coordinados a escala mundial por la OMS.
Un paso de gigante en este sentido es la decisión que adoptaron los Estados Miembros en la reciente reunión extraordinaria de la Asamblea de la Salud de negociar un convenio, acuerdo u otro instrumento internacional de la OMS sobre preparación y respuesta frente a las pandemias. Instamos a todos los Estados Miembros a que participen constructivamente en este proceso.
Tal instrumento será una herramienta vital, pero no resolverá todos los problemas. Hay otras muchas medidas que debemos adoptar conjuntamente para potenciar la preparación y respuesta frente a las pandemias y reforzar el entramado que ha de respaldar esta labor. Pero espero que ese instrumento sea un acuerdo generacional, algo que venga a transformar las reglas del juego.
La cuarta prioridad estriba en aprovechar el poder de la ciencia, la investigación innovadora, los datos y las tecnologías digitales como catalizadores clave de las demás prioridades, poniéndolo al servicio de la promoción de la salud y la prevención de enfermedades, del diagnóstico precoz y la atención integral de casos y de la prevención y la pronta detección de epidemias y pandemias y la rápida respuesta a ellas. Los ensayos de vacunas y tratamientos realizados como parte del ensayo clínico Solidaridad, así como los ensayos que avalan la recomendación de uso generalizado de la primera vacuna antipalúdica del mundo, ponen de relieve la crucial función que puede desempeñar la OMS como aglutinante o instancia federadora de investigaciones.
La quinta prioridad es la de fortalecer con toda urgencia a la OMS como principal autoridad rectora de la salud mundial, situada en el centro de la arquitectura sanitaria mundial, lo que pasa por seguir adelante en nuestro proceso de transformación para hacer de esta Organización, que es la de todos ustedes, una entidad más eficaz, eficiente y transparente.
La COVID-19 ha demostrado que la salud es más que un problema nacional: es un tema de dimensión internacional. Afrontamos dificultades de formidable envergadura, como demuestra el vasto programa de trabajo que les aguarda esta semana.
Las necesidades son inmensas y no les falta razón en tener grandes expectativas depositadas en la OMS, su OMS. Tienen razón en esperar de nosotros normas y criterios de máxima calidad, que reposen en la mejor ciencia. Tienen razón en esperar de nosotros aún más resultados en los países. Tienen razón en esperar una respuesta internacional robusta y coordinada frente a las emergencias. Tienen razón en pedirnos una mejor gobernanza, más eficacia y mayores niveles de transparencia y rendición de cuentas. Tienen razón en exigir a la Organización una conducta irreprochable y en esperar de ella que no tolere en modo alguno la explotación, el abuso o el acoso sexuales.
Hay en el mundo miles de personas de gran talento y dedicación que se enorgullecen de trabajar para esta Organización y que comparten las expectativas que ustedes depositan en ella. Como lo hago yo. Esas personas están resueltas no solo a responder a sus expectativas, sino a superarlas. Como lo estoy yo. Al igual que el personal de salud necesita recursos e instrumentos para hacer su trabajo, esta Secretaría, que es la de todos ustedes, necesita una financiación sostenible, predecible y flexible para hacer el suyo.
Pido pues a los Estados Miembros que velen por que sus inversiones, en calidad y en cantidad, estén a la altura de sus expectativas. Les pido que nos confíen los recursos necesarios para obtener los resultados que con razón esperan de nosotros.
Permítanme que lo diga con toda claridad: la persistencia del actual modelo de financiación supone condenar a la OMS al fracaso. El cambio de paradigma en el terreno de la salud mundial que ahora se necesita debe ir acompañado de un cambio de paradigma a la hora de financiar a la organización que se ocupa de la salud en el mundo.
Debemos mirar hacia el futuro. Debemos levantar la mirada y elevar también nuestras ambiciones. ¿Cómo queremos que sea el mundo en 2030 o en 2048, cuando la OMS cumpla 100 años? Cumpliremos 75 el año que viene.
Todos ansiamos un mundo más sano: un mundo en el que el aire que respira la gente, los alimentos que come, el agua que bebe y las condiciones en las que vive y trabaja nutran su salud, en lugar de dañarla.
Todos ansiamos un mundo más seguro, en el que todos los países trabajen juntos para prevenir y detectar cualquier brote u otra emergencia sanitaria y para darle respuesta con celeridad. 77. Todos ansiamos un mundo más justo, en el que todas las personas puedan acceder a los servicios de salud que necesitan sin afrontar disyuntivas de vida o muerte entre pagar por la atención o alimentar a su familia. El mundo tiene recursos para ello. No es porque nos falten recursos.
Todos ansiamos un mundo en que la ciencia prevalezca sobre la información errónea y la solidaridad sobre la división, un mundo en que la equidad deje de ser una aspiración para llegar a ser una realidad. ¿Cuántas veces hemos proclamado: «equidad, equidad, equidad»? Puede hacerse realidad. Si hay voluntad, hay un camino.
Si este es el mundo que ansiamos, debemos empezar ya mismo a trabajar por él. Requerirá visión de futuro y colaboración, requerirá negociación, compromiso y sacrificio. Pero por encima de todo, requerirá esperanza.
Somos un solo mundo, tenemos una sola salud. Y tenemos una sola OMS.
Muchas gracias. Merci beaucoup.