Esta semana, las vacunas fabricadas en la India para COVAX, que es el programa mundial de acceso a las vacunas, han llegado a diversos países, desde Ghana y Côte d’Ivoire hasta Colombia. Este ha sido sin duda un momento de celebración del hecho de que se comparta el milagro de la ciencia. Sin embargo, la ocasión se ha visto empañada por la vergüenza de que muchos países duramente afectados por la pandemia aún no hayan recibido ninguna vacuna.
Se han desarrollado y aprobado vacunas seguras y eficaces a una velocidad sin precedentes, lo que, además de las medidas tradicionales de salud pública, nos ha proporcionado una nueva forma crucial de proteger a las personas frente al virus. Ahora debemos asegurarnos de que estén disponibles para todos en todas partes. Compartir las dosis, impulsar la fabricación eliminando los obstáculos y asegurarnos de utilizar los datos de forma eficaz para llegar a las comunidades que se han quedado atrás es la clave para acabar con esta crisis.< p />Celebro que la India esté compartiendo dosis ahora, y también aplaudo que los países del G7 se comprometan a compartir una parte de sus vacunas y que prometan cantidades significativas de nuevos fondos para COVAX.
Sin embargo, de los 225 millones de dosis de vacunas que se han administrado hasta la fecha, la gran mayoría se han puesto en un puñado de países ricos y productores de vacunas, mientras que la mayoría de los países de ingresos bajos y medios miran y esperan. El planteamiento del «yo primero» puede favorecer los intereses políticos a corto plazo, pero es contraproducente y conducirá a una recuperación larga en la que el comercio y los viajes seguirán sufriendo.
Hay que aprovechar al máximo cualquier oportunidad de vencer a este virus. Están apareciendo nuevas variantes que muestran signos de ser más transmisibles, más letales y menos susceptibles a las vacunas. La amenaza es clara:
mientras el virus se propague en cualquier lugar, tiene más oportunidades de mutar y potencialmente socavar la eficacia de las vacunas en todas partes. Podríamos volver a la casilla de salida.
Varios Jefes de Estado, organismos
internacionales y grupos de la sociedad civil ya han firmado una declaración sobre la equidad vacunal en la que se hace un llamamiento a los gobiernos y a los fabricantes para que aceleren los procesos normativos e impulsen la fabricación.
No obstante, el impulso a la fabricación no se producirá por sí solo. Vivimos un momento histórico excepcional y debemos estar a la altura del desafío. Tenemos que hacer todo lo posible, ya sea compartiendo dosis, transfiriendo tecnología, concediendo licencias voluntarias —como fomenta la iniciativa de Acceso Mancomunado a las Tecnologías contra la COVID-19 de la OMS— o renunciando a los derechos de propiedad intelectual, como han sugerido Sudáfrica y la India.
En las normativas comerciales existen flexibilidades para situaciones de emergencia, y sin duda una pandemia mundial, que ha obligado a muchas sociedades a cerrarse y ha causado tanto daño a empresas grandes y pequeñas, cumple dichos requisitos. Tenemos que estar en pie de guerra, y es importante tener claro lo que se necesita.
En primer lugar, necesitamos una fabricación y una producción sostenibles de vacunas en todo el mundo. Serán útiles en esta pandemia y fundamentales para las futuras. Algunas empresas, como Astra Zeneca, han compartido sus licencias para que las vacunas puedan fabricarse en varios sitios. Otras, como Pfizer y Sanofi, han llegado a acuerdos para transferir tecnología, como la del acabado de los viales de las vacunas. Algunos gobiernos, como el del Canadá, también han llegado a acuerdos con empresas individuales y están creando unidades de fabricación totalmente nuevas que producirán nuevas dosis en cuestión de meses.
Se trata de pasos importantes, pero no podemos descansar hasta que todo el mundo tenga acceso. Asimismo, debemos garantizar unas cadenas de suministro de vacunas sostenibles a largo plazo que sean mucho mayores que las que tenemos ahora. Esto será
aún más importante en caso de que tengamos que administrar vacunas de refuerzo o reformular las vacunas para hacer frente a las variantes. La supresión temporal de las patentes no significará que los innovadores salgan
perdiendo. Al igual que durante la crisis del VIH o en una guerra, las empresas cobrarán derechos por los productos que fabriquen.
Hay cosas que el sector privado hace muy bien y otras en las que los gobiernos deben intervenir. No
creo que a nivel mundial estemos ejerciendo toda nuestra fuerza de fabricación en la actualidad. Por ejemplo, algunos fabricantes no han podido producir vacunas candidatas con éxito, lo cual era de esperar, pero sus instalaciones de
producción pueden ser reutilizadas para fabricar aquellas vacunas que han demostrado ser eficaces. En este sentido, me complace que el Presidente Biden haya anunciado que J&J y Merck colaborarán para aumentar la producción
de vacunas. >
También es importante que los países de ingresos bajos y medios aumenten su capacidad de fabricación nacional. Al igual que la vacuna contra la fiebre amarilla se produce ahora en Dakar (Senegal), una inversión en fabricación
podría lograr lo mismo con las vacunas contra la COVID-19.
Vacunar a todo el mundo de una sola vez no se ha hecho nunca. Sin embargo, si podemos enviar un vehículo de exploración a Marte, seguro que podemos producir
miles de millones de vacunas y salvar vidas en la Tierra.
Aunque los gobiernos y los grupos farmacéuticos son fundamentales para el despliegue equitativo de las vacunas, todas las personas tienen un papel que desempeñar. Para las empresas multinacionales que dependen del comercio y los viajes, por ejemplo, donar a COVAX es la forma más rápida de acelerar el esfuerzo por acabar con la pandemia y hacer que las personas vuelvan a desplazarse. Las personas, especialmente aquellas que ya han tenido la suerte de vacunarse, pueden mostrar también su apoyo donando a COVAX, lo que en sí mismo envía un poderoso mensaje a los gobiernos de que la equidad vacunal es lo correcto.
No se trata solo de derrotar a la COVID-19 médicamente. La realidad para millones de personas es que esta pandemia ha paralizado el mercado laboral y ha hecho aún más difícil poner comida en la mesa. El desarrollo y la educación de los niños se han estancado. Estos efectos son tan graves como la propia pandemia y una razón más para que, mediante la vacunación y otras herramientas sanitarias, nos recuperemos juntos.
Por otro lado, en lo que respecta a la seguridad mundial, cuanto más rápido podamos vacunar, más rápido podremos centrarnos en la lucha contra otras amenazas como la crisis climática, que no ha desaparecido mientras nuestra atención ha sido acaparada por el virus.
El futuro lo tenemos que escribir nosotros. No nos dejemos frenar por la política, por la costumbre o por quienes dicen que no podemos. Esta es la mayor crisis de nuestras vidas, pero tan solo el hecho de ver que las vacunas se están administrando en Ghana debería impulsar nuestro entusiasmo colectivo para asegurarnos de que ningún país se quede atrás. Aunque el virus se ha aprovechado de nuestra interconexión, también podemos aprovechar esta circunstancia para distribuir vacunas que salvan vidas más lejos y más rápido que nunca.
Si no es ahora, ¿cuándo?