Desinformación y salud pública
6 de febrero de 2024 | Preguntas y respuestas
La información errónea es información falsa que se difunde sin intención de engañar. Quienes comparten información errónea pueden creer que es cierta, útil o interesante, y no tienen intenciones maliciosas hacia los destinatarios con los que la comparten.
La desinformación se crea o se difunde con pleno conocimiento de su falsedad (la información ha sido manipulada), en un intento de engañar y causar daño. Las motivaciones pueden ser de índole económica (para obtener un beneficio), ideológica, religiosa o política, o pueden tener como objetivo respaldar una agenda social, entre otras finalidades. Tanto la información errónea como la desinformación pueden causar daños; por ejemplo, pueden suponer una amenaza para los procesos de toma de decisiones y también para la salud, el medio ambiente o la seguridad.
La diferencia fundamental entre la desinformación y la información errónea no es el contenido de la falsedad, sino el conocimiento y la intención del remitente.
La desinformación sobre salud pública es un tipo específico de riesgo informativo que, a diferencia de la información errónea, se origina con la intención maliciosa de sembrar la discordia, la división y la desconfianza en los organismos oficiales, los expertos científicos, los organismos de salud pública, el sector privado y las fuerzas del orden, entre otros grupos objetivo.
Las posibles repercusiones de la desinformación se pueden explicar con ejemplos de situaciones ocurridas durante la pandemia de COVID-19. En ella se aunaron dos elementos clave que crearon las condiciones adecuadas para que la desinformación proliferara y se extendiera. En primer lugar, causó temor, suscitó incertidumbre y sembró dudas en todo el mundo. En segundo lugar, se produjo en un momento de la historia en el que nos es muy fácil consultar, crear y compartir información (y también información errónea y desinformación) ampliamente a través de la internet, las telecomunicaciones móviles, los medios de comunicación y las plataformas de redes sociales. Cuando la pandemia se extendió, aparecieron muchas publicaciones en las redes sociales, que se difundieron a través de las comunicaciones de mensajería instantánea, avivando la incertidumbre sobre el tratamiento, la seguridad y la eficacia de las vacunas y la utilidad del distanciamiento social, entre otros aspectos. Ello provocó protestas sociales, agitación y lentitud en la aceptación de las vacunas y, en algunos casos, dio lugar a tasas de mortalidad más altas.
La generación y la difusión de desinformación durante las crisis de salud pública no es un fenómeno nuevo y ha existido en diferentes formas durante siglos. Se ha observado la existencia de desinformación en relación con sucesos como la peste bubónica del siglo XIV, los brotes de cólera del siglo XIX y las pandemias de gripe del siglo XX, en especial la devastadora pandemia de 1918 y 1919. Las campañas de desinformación modernas se han asociado con la aparición del VIH en la década de 1980 y, más recientemente, con la propagación del ébola, la COVID-19 y la viruela símica.
Los motivos de quienes crean desinformación son complejos. En los ejemplos históricos antiguos, el objetivo de las campañas de desinformación era buscar maneras de culpar a los grupos marginados por la propagación de enfermedades y perjudicarlos. Las campañas de desinformación más modernas evolucionaron y pasaron a formar parte de las tensiones geopolíticas cuando diferentes grupos trataron de acusarse mutuamente de causar la aparición de una enfermedad y de obstaculizar la eficacia de sus intervenciones de salud pública (por ejemplo, la aceptación de la vacuna y las políticas de aislamiento social durante la COVID-19). A menudo, esa conducta se enmarca en un plan más amplio cuya finalidad es sembrar confusión sobre los hechos y sus orígenes, exacerbar las divisiones políticas, erosionar la confianza en las instituciones civiles y científicas, o socavar la confianza de los ciudadanos en la gobernanza. También se puede utilizar para obtener beneficios económicos, conseguir seguidores en las redes sociales o hacer que un grupo en particular parezca superior a otro en función de cómo está respondiendo a una crisis de salud pública. Los organismos de seguridad han observado que los grupos extremistas han aprovechado la desinformación para aumentar su popularidad con fines de reclutamiento y legitimación.
Comprender la historia y los antecedentes de la desinformación es fundamental para elaborar contraestrategias.
La OMS y sus asociados han elaborado diversas estrategias y herramientas que pueden aplicarse para hacer frente a la información errónea y la desinformación.
La desinformación suele ser difícil de detectar y mitigar. Ello se debe a que el éxito de las campañas de desinformación suele basarse en elementos que tienen parte de verdad y que pueden manipularse, la desconfianza en los gobiernos y las instituciones, y las teorías de conspiración que ya existen y circulan en los grupos. Sin embargo, los Estados Miembros pueden utilizar una serie de tácticas para contrarrestar la desinformación, entre las que figuran las siguientes:
- concienciar acerca de la desinformación y la manipulación de la información;
- fomentar el pensamiento crítico;
- promover programas de alfabetización digital, científica y en materia de salud;
- promover fuentes fiables de información y voces autorizadas, que deben proporcionar información clara y oportuna sobre el suceso y la evolución de la situación, en especial lo que sabe y lo que se desconoce, lo que se está haciendo y cuándo se proporcionará información actualizada;
- respaldar las actividades de verificación de datos y recurrir a tecnologías y personas para llevarlas a cabo;
- colaborar con las partes interesadas pertinentes, como el sector de la seguridad, los proveedores de redes sociales, las fuerzas del orden, los organismos del ámbito cibernético, las ONG y las organizaciones internacionales para hacer frente a esta nueva amenaza; y
- determinar los factores que fomentan la (des)confianza de la población y la manera en que se aprovechan dichos factores para crear campañas de desinformación. Esos factores pueden servir de base para concebir soluciones a largo plazo que protejan contra la desinformación.
Piense de manera crítica y haga una pausa antes de compartir. Al recibir nueva información, cualquier persona debería preguntarse:
- ¿Es fiable este contenido?
- ¿Quién es el autor?
- ¿De qué fuente proceden las afirmaciones que se hacen?
- ¿Es fiable el medio de información?
- ¿Qué sensación me produce esta información?
Una de las cosas más importantes que puede hacer para protegerse es averiguar en qué fuentes se recogen los datos oficiales y los datos científicos o de salud basados en la evidencia más recientes relativos a un problema o una crisis de salud pública. Por ejemplo, podría ser el Ministerio de Salud de su país, el sitio web de la Organización Mundial de la Salud o el dispensario de salud de su localidad. Puede ayudar a su comunidad remitiendo a su familia y a sus amigos a esas fuentes fidedignas y aconsejarles que eviten reaccionar ante la información falsa que se difunde a través de las redes sociales, la publicidad en línea o la mensajería instantánea.