La historia de Susan

La historia de Susan

Susan, 34 años, escritora, EE.UU.

«Hace casi cinco años que trato de quedarme embarazada. Antes era científica, así que intenté estimular mis hormonas mejorando mi alimentación, entre otras cosas. Primero vi a un obstetra/ginecólogo que quería que tomara clomifeno para estimular la ovulación, sin ni siquiera tratar de averiguar primero cuál era el problema. El planteamiento no me pareció muy científico. Tras 18 meses de esfuerzos en vano, me sometí a un procedimiento llamado sonohisterografía para examinar mi útero, pero tampoco funcionó. Los médicos estaban dispuestos a rendirse, pero insistí en que me hicieran una laparoscopia y una histeroscopia, que revelaron que mis trompas de Falopio no estaban conectadas. Me dijeron que nunca podría tener hijos. Era la primera vez que me sentía verdaderamente expuesta al dolor. La respuesta de mis amigos y familiares fue totalmente inapropiada. O no decían nada o me hacían comentarios poco serios, del estilo ‘¿Y por qué no adoptas?’. Lo que me sorprendió muchísimo es que es muy frecuente, y no estaba en absoluto preparada. Todo esto me enfureció. Como no hablamos de estas cosas, no sabía que una de mis mejores amigas atravesaba una situación similar.

Entonces probé la FIV y no tenía ni idea de lo que me esperaba; fue un proceso agotador, tanto física como emocionalmente. Me quedé embarazada, pero al cabo de unas semanas el bebé dejó de crecer. Tuve que esperar dos semanas y media para que me lo confirmaran. Después, tuve que esperar otras dos semanas hasta que empezó el aborto, que duró 19 días. No me imaginaba que tendría hemorragias abundantes durante tanto tiempo. Pero todavía no había expulsado el saco gestacional, así que tuve que someterme a un procedimiento de dilatación y legrado. Me hubiera gustado mucho que me presentaran esta opción desde el principio. Como vivo en una región conservadora de los Estados Unidos, muchos de los profesionales sanitarios me dijeron que mi aborto era parte del plan de Dios y me preguntaron si iba a la iglesia. No soy creyente y lo consideré realmente inapropiado. Mi problema con los servicios de salud en general es que no se nos trata como individuos y se nos deriva simplemente de un servicio a otro. Un médico que me había visto varias veces con mi marido y que incluso me había operado no se acordaba de mí».